Había un hombre en Argame, concejo de Morcín, que tenía mucha fe en los sueños y siempre creía en lo que le decían estos; claro que no siempre los recordaba y por eso se mantenía lúcido a diario. Sin embargo una noche soñó que tenía una fortuna en el puente de Triana y, despertándose en el momento, recordó con todo detalle su sueño. Levantose en seguida, despertó a su mujer y le ordenó que le preparase su zurrón de viaje, pues se tenía que ir a buscar su fortuna; la mujer que ya estaba acostumbrada a sus cosas y quien no había quien se lo quitase, le preparó el zurrón y lo despidió en la puerta, seguramente contenta de perderlo de vista por un temporada.

El caso es que Juan Portal, después de mucho andar, llegó al puente de Triana, miró por todas partes y no vio encontró fortuna alguna. Seguro como estaba de su propio sueño, no desistió Juan, sino que se puso a esperar  allí en el puente a que apareciese.

Llevaba varios días allí, cuando un señor que pasaba por el puente todos los días, extrañado de verle siempre en el mismo lugar, le preguntó qué hacía y si esperaba a alguien. Juan Portal, que agradecía una conversación de vez en cuando y llevaba mucho tiempo sin ninguna, le contó al señor su sueño y que por eso estaba allí.

–          Estas bueno tú – le dijo el de Triana – creyendo esas tonterías. Si yo hiciese caso de mis sueños, hace tiempo que habría ido a Asturias, a casa de un tal Juan Portal, que tiene una cabra y cabrito de oro debajo de su higuera y aún no lo sabe.

Un destello de inteligencia se iluminó  en la mirada de Juan Portal, que con un gesto de fastidio le respondió:

–          Tiene usted más razón que un santo. Para mí que un día de estos uno de estos sueños me llevará a la ruina.

Bueno, buen hombre, creo que vuelvo a casa.

–          Que tenga buen viaje y a cuidarse.

Juan Portal volvió a desandar el camino que le había llevado hasta el puente de Triana y, si bien tuvo que andar lo suyo otra vez, ahora una media sonrisa le animaba a ir más rápido. Llegó a su casa, saludó a su mujer como si acabara de volver de buscar trabajo, cogió pala y azadón y se ensaño con la higuera. La mujer lo miraba con algo de conmiseración, como si fuera un caso perdido, pero en cuanto vio cómo sacaba de debajo de la higuera un cabra y un cabrito de oro todo reluciente, tuvo que tragarse sus pensamientos, si tal cosa se puede hacer, y desde entonces, desde ese entonces risueño y que tan buen futuro presagiaba, nunca más pensó que a su marido, don Juan Portal, a partir de ahora, le faltaban unas cuantas vueltas de tornillo a ambos lados de ambas sienes.

Deja una respuesta