Hacia el año 1617 los pescadores de la costa asturiana tenían grandes dificultades para poder pescar ya que los calderones les espantaran la pesca, con lo que decidieron ir a quejarse al Obispo de Oviedo. Los llamados delfines no eran otra cosa que unas pequeñas ballenas que en aquel tiempo eran muy abundantes, siendo bastante corriente que se enredaran en los aparejos de los hombres de la mar, arruinándoles el trabajo.
La mitra ovetense designó un tribunal en toda regla. El abogado de los delfines sería don Juan G. Arias, catedrático de la Universidad de Oviedo. El fiscal fue el catedrático doctor Martín Vázquez y el presidente del tribunal sería el dominico Fray Jacinto de Tineo.
Todos ellos se fueron a la villa de Candás donde se embarcaron en una lancha y por mandamiento de Fray Jacinto, el notario leyó los cargos contra los delfines, conminándoles a marcharse y amenazándoles con penas canónicas y civiles si no se marchaban de sus aguas y dejaban trabajar en paz a los pescadores.
Nadie sabe ni como ni porque pero los delfines se fueron y no volvieron a molestar nunca más a los marineros.