Cuentan los mayores que hace muchos años habitaba en Santa Eulalia de Oscos un señor para el que trabajaba un obediente criado. Una tarde, regresaban de una jornada de caza y se dirigían a escuchar misa, pero se les hizo un poco tarde. El señor, que no quería perderse la celebración…, ordenó al muchacho que se adelantase galopando y diera orden al cura de retrasar la ceremonia.
Así hizo, dando fusta a su caballo llegó a la iglesia antes de empezar la misa. Le dijo al cura que aguardase, que su amo estaba en camino, que no tardaría mucho en llegar. El párroco, viendo que ya estaba congregado todo el concejo, pese a las súplicas del joven se.
Cuando llegó el señor ya estaban abandonando todos la iglesia, pidió explicaciones a su criado y, después de oír su argumento, se enfureció de tal modo que le ordenó que matase al cura o que ahí mismo mandaría matarle a él. El criado, viéndose tan acosado, no vio otra solución que obedecer a su amo. Mató al cura con la esperanza de que no le prendieran, pero su mismo amo le delató. La pena que le correspondía al joven era morir en la horca.
Por aquellos tiempos se daba la circunstancia que todos los vecinos de Santa Eulalia, excepto nueve, pertenecían a la nobleza.
Llegado el día del ajusticiamiento se congregó casi todo el concejo. A la hora de levantar la horca, como los nobles no podían ejercer de verdugos, no había brazos suficientes capaces de elevarla. Hubo que cambiar la sentencia del criado y, librado de la ejecución, se le desterró de por vida a un sitio donde no oyera “carro rinchar, galo cantar ni campá soar”. Por aquel entonces poca gente se aventuraba a ir más allá de la aldea de Ancadeira y aquí lo confinaron. Desde entonces este valle se conoce con el nombre de El Valle del Desterrado.