Ocurrió este hecho, en una época que se pierde en la noche de los tiempos. Se alzaba entonces la Casa de Doriga en el paraje de Sienre entre Doriga y Moratín.
Por aquel tiempo en la casa todo era un bullicio de críos, y hacía pocos meses que los dueños de Doriga habían traído al mundo al protagonista de esta leyenda.
Un día, entretenida por el flirteo y las palabras de amor de un mozo, dejó el aya al pequeño solo y descuidado sobre la hierba del prao, aprovechándose de tal distracción una gran osa se acercó a él y cogiéndole en sus fauces con mucho cuidado echó a correr valle abajo, en dirección al río Narcea, perdiéndose enseguida en el bosque.
El aya, cuando se dio cuenta, comenzó a gritar llamando la atención del resto de los sirvientes.
Se enteraron los señores de lo sucedido, y todos bajaron dirección al río con la esperanza de poder encontrar al pequeño. Se pasaron horas buscando sin resultado alguno, y al ver que no lo encontraban, hubo uno de los mozos que cruzo a nado hacia la otra orilla del Narcea y siguió buscando perdiéndose por el espeso bosque, siempre expuesto a encontrar al niño y pelear con la osa si fuera necesario.
Y como la suerte siempre favorece a los valientes, al detenerse el mozo a escuchar en un rincón de la arboleda, oyó una especie de ronroneo que procedía de unos matorrales. Al acercarse con sigilo y apartar los matorrales con cautela, vio algo que le dejó maravillado: la osa amamantando al chiquillo que debía de encontrar la leche sabrosísima ya que chupaba con verdadero placer.
Cuando el mozo consiguió reaccionar, gritó a la osa, huyó esta, y así pudo ser el niño devuelto a sus padres. Estos en agradecimiento mandaron construir una iglesia en honor a San Salvador
Los dueños decidieron construir una iglesia en homenaje a San Salvador y tallar en piedra la escena del niño mamando a la osa, talla que aún pueden ver aquellos que visiten Cornellana.