Hace casi dos mil años, los romanos habían conseguido dominar toda la Península, incluido el territorio ribereño del Navia, que estaba habitado por la tribu celta de los albiones. Era ésta una comarca especialmente importante para los conquistadores latinos, por constituir la mejor vía de salida para el oro que se extraía en las sierras interiores del occidente astur. De este modo, entre los siglos I y III, momento de la decadencia definitiva del Imperio, se construyeron varios poblados fortificados en emplazamientos relacionados con explotaciones mineras o asociados a los caminos que confluían en el embarcadero de la ría de Navia, a buen seguro en el lugar aún hoy conocido como Porto.
Más de siglo y medio de trabajos arqueológicos nos permiten hoy visitar los restos de varios de aquello castros de época romana en el bajo Navia. Empezando por el más cercano a la costa, abandonamos la carretera nacional, al poco de entrar en el concejo de Coaña, en dirección a Mohías y Ortiguera. Pasado el cruce del hospital comarcal de Jarrio, tomamos el segundo desvío hacia la izquierda, que termina poco más adelante frente a un aserradero. De allí parte la senda que, inmersa en un túnel de vegetación, nos introduce directamente en las antiguas callejas del castro de Mohías (Mon. Hist. Art.), inusualmente localizado en el suave relieve de la rasa litoral, alejado de la típica estampa del poblado celta encaramado a una colina fácilmente defendible. Se puede reconocer un grupo de cabañas de pizarra de planta rectangular y esquinas redondeadas que, en su tiempo, debían tener paredes de un par de metros de altura y techumbres vegetables sustentadas por estructuras de madera. Los trabajos arqueológicos han conseguido identificar las portecciones con las que contaba el emplazamiento: una ancha cerca de piedra y hasta tres fosos excavados en la roca del sustrato.
Mucho más ilustrativo es el castro del Caselón o Castrillón de Coaña (Zona Arqueológica de Interés Cultural), situado más al interior del concejo, con acceso desde la carretera de Boal y Grandas de Salime. Ubicado en una colina destacada sobre un afluente del Navia, es el asentamiento castreño más emblemático de la región y uno de los más importantes del norte peninsular, no tanto por su trascendencia histórica o por su tamaño, como por la extensión de las excavaciones y los restauraciones llevadas a cabo. A pesar de que aún quedan zonas por explorar, el yacimiento se presenta dividido en dos grandes zonas, que constituyen la denominada acrópolis y el barrio norte.
La primera es una zona amplia, fuertemente amurallada, que ocupaba la parte más alta del cerro y que podía servir de recinto para el ganado o para actividades diversas relacionadas con la vida comunitaria. A sus pies, el poblado propiamente dicho estaba protegido por una cerca de piedra y contenía más de ochenta edificios irregularmente distribuidos. La mayoría de las cabañas, que debían funcionar no sólo como viviendas sino también como cuadras, talleres o almacenes, tenían planta circular, un rasgo característico de las edificaciones celtas. No obstante, un paseo por el laberinto de callejuelas empedradas, que incluso disponían de canalizaciones de desagüe, nos permitirá descubrir otras construcciones más singulares, como una supuesta torre de vigilancia, recintos que debían estar destinados al baño o casas con el espacio interior dividido en dependencias, que denotan la influencia de la cultura latina.
En la entrada al yacimiento, existe un interesante centro de interpretación que constituye una ayuda inestimable para intentar retroceder a aquel momento de la historia y así entender lo que un día debió representar aquel poblado. A cada uno le queda luego el esfuerzo de dejar volar la imaginación para recrear la vida cotidiana entre sus muros.
Ascendiendo un poco más por la cuenca del Navia, aún nos resta por recorrer un último emplazamiento castreño localizado en el monticuloso concejo vecino de Boal. Llegados a la mimética aldea de Pendia, tenemos que descender al fondo del valle, donde llama la atención un pintoresco molino de agua inactivo. Allí al lado arranca el camino del castro de Pendia, una subida corta y agradable que va a dar a un mágico resalte del terreno rodeado por el bosque. En tan perfecto enclave geoestratégico podemos observar, el pie de un derrubio de lajas de pizarra, los restos de un desordenado conjunto de cabañas. Hasta el momento, las investigaciones parecen confirma una cronología similar a la de los castros anteriores, así como su relación con la minería del oro, actividad que se ha demostrado en las cercanías con la identificación de una antigua explotación aurífera sobre terrenos de aluvión.
Fotos: Athalfred DKL /Texto: Guía de la Costa Asturiana